Siempre que salía de pequeño con mis padres y paseábamos por el parque de diversiones que existe a unos kilómetros de la ciudad, yo quedaba enamorado de la gran bola que estaba llena de chicles de colores. Debía poner una moneda y una enorme pelota de chicle llegaría a mi mano en un segundo. Era algo especial.

Siempre que podían mis padres me daban 3 o 4 monedas y yo tenía toda la tarde para masticar y masticar hasta que me doliera la mandíbula. Al poco tiempo, debo ser sincero, tuve que dejar de comer de estas enormes bolas de chicle porque mi cara dolía y la mandíbula picaba.
Ahora tengo 35 años y la verdad es que me encantaría poder contar con una enorme máquina expendedora de bolas de chicle de colores en mi casa. Vivo solo y lo utilizaría como un artefacto para decoración. También tengo unos 4000 dólares ahorrados y me han pasado un link sobre una gigante máquina expendedoras de chicles. Necesito sus consejos amigos lectores… ¿La compro o no?